A veces, el corazón ha de conversar con la cabeza.
Como ya me lo están preguntando más de dos... a una semana y poco de celebrarse la 10ª edición del Titán Sierra de Cádiz, la respuesta es que no voy a estar en la salida.
Me apena muchísimo por varias razones, por que es una prueba y un lugar en el que me siento como en casa y por la gente de allí que hace que me sienta así.
También porque he estado en 6 ocasiones y esta décima, tiene mucho de especial, incluyendo el cambio y aumento de distancia, del cual fuí en cierta manera responsable (no me lo toméis a mal Titanes... mientras lo estéis haciendo).
Desde el día 15 de julio, vivo con una losa sobre mí... bastante más pequeña que la que me tocó llevar desde el mes de marzo después de la revisión médica y la posibilidad de tener un problema cardiaco serio.
Y no sería serio por mi parte, hablar de salud un día y hacer lo contrario al siguiente.
Hasta Cabo de Gata parto con 5 semanas. Una prueba dura pero que por orografía, me permitirá algunos respiros y "medio tapar" el mínimo nivel que tengo ahora (ayer nadé mis primeros 2000 mts de todo el año...).
Pero en la Sierra de Grazalema... no valen los mínimos, por muy despacio o regular que quiera ser uno. Ni para el agua, ni para la bici, ni para correr. Esos mínimos son "máximos" a los que no he llegado. Aún.
Espero de corazón, que la prueba sea un éxito y que todos los que sean parte de ella, la terminen y lo hagan con salud.
Vuelvo a entrenar triatlón con más enfoque y determinación que antes, pero con la idea
clara de que hasta donde llegue, he llegado.
En otras ocasiones, el
límite de lo soportable lo dejaba en manos del corazón... hasta donde él
quisiera sufrir, yo le acompañaba.
Pero ahora, durante este año, y
hasta que recuperemos un nivel normal, quien pone el límite soy yo.
Y eso del 100% lo dejo para los ratos de jugar y disfrutar con mi hija en la alfombra del salón de casa... que ahí sí que hay darlo todo.
martes, 16 de septiembre de 2014
sábado, 13 de septiembre de 2014
Para ir solo...nada mejor que la buena compañía.
En los deportes solitarios, no hay nada mejor que la compañía...
Y quizás por eso, por estar tantas horas solo, los amigos, los compañeros de fatigas suponen aquello que dije en la entrada anterior: "Cuando la mente afloja, cada palabra de ánimo se la guarda uno en la mano y aprieta el puño con todas sus fuerzas para que no se escape..."
La mente puede aflojar cuando menos lo esperas. El día de la prueba, el anterior o tres meses antes. Ellos al final, acaban siendo sin saberlo, los que te hacen seguir y superar los malos ratos, los de dudas, los de frustración e incluso aquellos en los que te dan ganas de dejarlo todo, porque no le ves salida ni solución a esa lesión que no te deja, a ese malestar o simplemente al mal trago de la desmotivación.
En mi "año raro", por razones que no vienen ahora a cuento, me aparté casi por obligación del triatlón a finales del año pasado.
Como no creo en las casualidades, sé que por la razón que sea, Alberto Plazas y Bárbara aparecieron entonces y me animaron a salir un día por Sierra Espuña. No pararon de contarme cosas sobre este deporte y me fue gustando todo. Pero lo que más... compartir con tranquilidad aquella montaña con ellos. Las competiciones no me importaban tanto.
Tras eso, y en menos que canta un gallo, estaba saliendo por los montes de mi zona con los amigos de siempre, metidos en esto del trail desde hacía tiempo, con la gente del club La Sima y me hicieron hueco entre ellos, como si fuese uno más.
Alberto, con un año de competiciones fuerte, no ha competido en los Alpes, pero estuvo allí y seguro que tomó buena nota de todo. Su presencia acompañando a Bárbara, me vino de rebote como agua de mayo cuando las cosas para mí iban de mal en peor.
Bárbara, como el buen vino, cada vez da más y mejores pasos en el deporte. Creo sin duda, que ha encontrado el lugar donde se siente cómoda y deja salir todo lo que lleva dentro. La montaña. Como me decía hace años, "fluir" es lo importante y ella lo está consiguiendo.
Carrera de quitarse el sombrero la suya, en la CCC, quedando entre los 200 primeros absolutos de 1900 participantes y 5ª de su categoría. Simplemente, alucinante.
Simeros. Un montón de buena gente.
Juanjo
En marzo empezó mi particular calvario de preocupación. El corazón parecía estar mal y debía pasar unos meses controlandolo para no cometer errores que me costaran caro.
Casi nadie supo de aquello, y uno de los pocos fue Juanjo Mateos.
Su forma de entrenar, su constancia y tranquilidad, ese "reloj suizo" que lleva dentro, eran el mejor rebufo al que podía y puedo acoplarme y sobre todo, por esa forma de entender el deporte y la superación que tiene, con bastante más sosiego del que yo me he gastado durante años.
Sin prisa Ramón, se llega más lejos y a menudo, antes que con ella. Me decía.
Durante la CCC, reconozco que durante demasiado tiempo no fui fiel a esas palabras.
Juanjo, sin prisa... hizo entre los diez primeros en el Ultra Trail Alharabe de Moratalla, venció en la prueba de 54 kms del Camí de Cavalls en mayo y se metió nada menos que 5º en la prueba de casi 100 kms del Trail de Peñalara en pleno verano.
Solo un día donde el cuerpo no le acompañó y un poco sorprendido también, como yo, con la dureza y grandiosidad del Mont Blanc, impidió que hiciese mejor carrera en la CCC, y aún así... también entre los 200 primeros.
Y sin embargo, igual que él mismo hace, no valoro tanto esos resultados, como la forma que tiene de sentir el deporte.
Le debo mucho, y no me refiero solo a la parte deportiva. El lo sabe.
Juan Miguel Cuenca.
Al Cuenca, le conocí cuando era un crío y en las escuelas de ciclismo, los nervios precarrera le perdían y se ponía enfermo antes de salir y yo, metido ya en categorías superiores, intentaba alguna vez que otra animarle.
Pasaron los años y era yo entonces, el que le buscaba para salir en bici juntos.
Cuando fue profesional de ciclismo, un profesionalismo del que tuvo que salir por lesión mucho antes de demostrar de todo lo que era capaz, aprovechaba yo mis vacaciones navideñas para salir con él en bicicleta e intentar seguirle, como quien sigue a una moto cuando abría gas...
Y solía decirme que me no imaginaba como a mi edad, tenía todavía ganas de entrenarme y sufrir haciendo deporte... (por entonces pasaba yo apenas de los 30 años...).
Ahora se lo recuerdo de vez en cuando... cuando subimos algún monte medio axfisiados...
Nada menos que el 25º en la CCC. Impresionante resultado para quien no le conozca como yo. Para mí, justo premio a la medida de la ilusión de esta segunda oportunidad que el deporte le está dando.
Paco Sola, con el que tengo menos tiempo de amistad, aunque nos conocíamos desde hacía mucho tiempo, llegó a Mont Blanc con muchas dudas y problemas físicos.
Las ganas, la ilusión de un deporte que como a mí, ademas del triatlón, le apasiona y la compañía en toda la carrera de Juanjo, hicieron que consiguiera terminar una prueba a la que sin duda volverá. El Kupricka de Lorca... dará mucho que hablar.
Hablar de esa prueba de 120 kms, del nivel que se ha de tener para terminarla, y en definitiva, hablar de Tere... es algo que sin mayúsculas cuesta explicarlo. Con decir que nos hizo felices, creo que es suficiente.
Y por último, la carrera que me tuvo en vilo, aunque no preocupado, fue la de quien, quienes, más me importaban si de dorsales hablamos. Mi hermana Dori y Diego.
La OCC, la "menor" de todas las del Mont Blanc, sería una de las más duras que se pueden encontrar por el territorio español. Más de 50 kms y los tres dos miles que me tocó hacer a mí al final. Más de 3000 mts de desnivel positivo y todo eso aliñado con la sonrisa que les ví pasar cuando ya llevaban 8 de las 10 horas de prueba.
Si envidio el placer de la participación de alguien en este Ultra du Mont Blanc 2014 de alguien, es de ellos.
A , le dedicaré más adelante otra entrada.
Para otro capítulo dejaré estas últimas personas y su carrera la OCC, y sobre todo, lo que supera a la prueba, al dorsal, al tiempo, al puesto, a todo lo escrito.
Los días previos y posteriores. Todo resumido en ver las risas y la felicidad de mi sobrina Nerea jugando con su prima Inma.
Igual el capítulo acabo de zanjarlo con lo que acabo de decir.... y es que, al final siempre sucede que no hace falta decir mucho para lo que importa realmente.
miércoles, 10 de septiembre de 2014
¿No te ha pasado nunca...?
¿No te ha pasado nunca que...
recordando una caida pasada, te volvió a doler el golpe en el mismo lugar?
Y de igual manera, te viene una sonrisa años después, pensando en una persona, en un lugar o en un camino que creiste completar.
Conseguir sin esfuerzo, es como comer helados de todos los colores sin que sepan a nada.
Cinco años más de edad… de fatiga… de ganas… de dificultades para soportar la carga… de algunas desganas… de sosiego de una vida nueva y de una inmensa felicidad.
Todo eso y más, mucho más va sucediendo cada día.
Y aún así, el recuerdo de una piel quemada y cuatro cifras marcadas a fuego en ella que me parece ver de vez en cuando.
Levantarse de la cama y dar gracias de haber repetido el gesto una vez más, es lo mismo que abrir los ojos, salir a la calle y que el viento que ayer te soplaba en contra, hoy te empuje decidido hacia otra sonrisa.
¿No te ha pasado nunca que… de tanto recordar y pensar en mañana, no terminas de darte cuenta de lo tremendamente hermoso e increíble que es dar un paso tras otro en este momento?
Hoy me ha dado por caminar.
recordando una caida pasada, te volvió a doler el golpe en el mismo lugar?
Y de igual manera, te viene una sonrisa años después, pensando en una persona, en un lugar o en un camino que creiste completar.
Conseguir sin esfuerzo, es como comer helados de todos los colores sin que sepan a nada.
Cinco años más de edad… de fatiga… de ganas… de dificultades para soportar la carga… de algunas desganas… de sosiego de una vida nueva y de una inmensa felicidad.
Todo eso y más, mucho más va sucediendo cada día.
Y aún así, el recuerdo de una piel quemada y cuatro cifras marcadas a fuego en ella que me parece ver de vez en cuando.
Levantarse de la cama y dar gracias de haber repetido el gesto una vez más, es lo mismo que abrir los ojos, salir a la calle y que el viento que ayer te soplaba en contra, hoy te empuje decidido hacia otra sonrisa.
¿No te ha pasado nunca que… de tanto recordar y pensar en mañana, no terminas de darte cuenta de lo tremendamente hermoso e increíble que es dar un paso tras otro en este momento?
Hoy me ha dado por caminar.
lunes, 8 de septiembre de 2014
CCC du Mont Blanc... o cómo correr en la casa de los gigantes.
¿Cómo te lo cuento?
- El camino corto del cuento
acostumbrado, va por la senda del llanto fácil por la dichosa mala suerte que
nos persigue, de la heroicidad habitual que nos gastamos para superar esa
fortuna ingrata y de hacer creer al mundo, que somos especiales, únicos y capaces
de todo lo que nos propongamos.
- El camino largo de la
historia interminable, va por la cuesta de en medio, la que no termina nunca y
suma, a la senda de antes, el despropósito de engañar al personal con medias
verdades, y pretender que acabe creyendo que a la montaña fuiste solo, que tus
circunstancias previas fueron las más duras, que tus pasos por bosques,
alturas, ríos, raices y rocas, fueron casi imposibles y que a nadie le dolió…
el dolor, tanto como a ti.
- El camino real del relato
real, va por las líneas que te voy a escribir.
Estoy hecho de huesos
rodeados de carne y por mis venas corre sangre. No hay más.
Soy pequeño.
Hace unos días estuve en una
casa de gigantes. Tenía que elevar la barbilla todo lo posible para intentar
apenas, verles la cara. Era la casa del Mont Blanc.
Llegué hasta Chamonix desde
un lugar donde al monte se le llama monte, porque llamarle montaña es vestirlo
con demasiada talla.
Vine de pedalear, nadar y
correr tan rápido como las piernas y el corazón me dejaron, a un mundo donde saber
caminar y controlar cada paso, te puede muy llevar
lejos…pero se ha de ser paciente y aprender a hacerlo.
Y una vez he vuelto, tengo la sensación de haber tocado al timbre
de la puerta, demasiado pronto.
Cómo un intruso.
La sensación de haber
molestado a los gigantes antes de la cena y de haberles servido de aperitivo.
A pesar de disfrutar como
pocas veces de un viaje, lugar y sobre todo, de la compañía, una vez me puse el dorsal y hasta hoy, una ligera
neblina en el recuerdo me dice que no he sido digno de ésta prueba, de este
lugar y menos aún, del espíritu de deporte que creo llevar dentro… siento que
mi falta de respeto ha sido por exceso de confianza, o demasiado
desconocimiento.
Sé cuando debo ser exigente
con mi rendimiento y cuando… pocas veces ya… con mi resultado. En ambos casos,
el sueño no se me altera.
Pero soy autoexigente, hasta
el imposible, con mi salud.
Da igual la posición final y
el tiempo invertido, si conseguí terminar o pude quedarme a medio camino, lo
importante es la sensación y convicción de que me metí en la casa de los
gigantes, pretendiendo mirarles cara a cara sin más. No con chulería, pero sí con
la tranquilidad del iluso que le quita el hueso al perro mientras come y no
piensa en la mano con la que lo hace.
No hace falta ir con buenas
pretensiones que luego no se cumplan para no estar satisfecho del todo. Basta
con no contar con el “¿y sí no todo sale bien?”…
Soy más pequeño
aún de lo que imaginaba y la montaña pudo conmigo.
No me cuesta reconocer
la verdad, porque la verdad es demasiado grande y no hay donde ocultarla.
Y no tengo tristeza, mire
usted. Si acaso, una buena dosis de rabia interna.
Los cinco gigantes.
Los gigantes me aplastaron,
los cinco con los que me tocó “conversar” durante más de 17 horas.
El primero me dejó exhausto
y apenas sin oxígeno para la primera y corta bajada. Las piernas se fueron y ya
no volvieron en todo el día. Subíamos a 2500 mts.
El segundo me apretó el
pecho y me nubló la vista. Otra subida a 2500 mts.
Al tercer gigante, además de
no dejarme conversar, le caí mal. Me engañó al principio y me hizo creer que
tras ver a mi mujer y a mi hija un momento y con ocho horas ya de carrera, todo
sería más fácil.
Antes de los dos mil metros,
tuve que sentarme sobre las rocas varias veces, para comer y aprovechar la
parada para tomar aliento.
Antes del cuarto, otro más
de dos mil metros de altura, llegado a Trient, las mesas dentro de una carpa y
los alimentos se convirtieron en paraísos donde los manjares se amontonaban.
Las sopas de fideos calientes, los bizcochos, el pan y el queso… todo lo que
durante las 10 u 11 horas anteriores habían sido “cosas de avituallamiento”…
ahora eran tesoros que a uno le apenaba dejar al reemprender la marcha.
Miedo.
Intenté hablar con el cuarto
gigante, pero apenas me dejó saludarle un mísero kilómetro. Abajo era de día y
al llegar arriba, la noche se cerró como cuando te cae un manto negro encima. Y
a medida que la luz se iba, el chispeo se volvía lluvia fina, y la lluvia agua
sobre, dentro y bajo el cuerpo y los pasos.
En mi ilusa predicción, la noche
no duraría tanto como para preocuparme… ilusa predicción, repito.
Descender... algo tan simple...
La bajada donde supe que no
estoy hecho ni soy capaz de “hablar” con estas montañas, me provocó desde el
principio y durante una hora y media, todo aquello que no busco, no quiero, no
deseo encontrar y esquivo con todas mis ganas en este necesario vicio que tengo
del deporte. Miedo.
Tuve miedo y por momentos
hasta pánico.
Y si acaso me queda algo de
vergüenza, no la voy a gastar por no reconocerlo.
Una luz delante de ti que se
mueve al ritmo de tu cabeza, de tus pasos, de tus saltos sobre piedras. Unas
sendas donde el barro esconde huecos, piedras y raices que te retuercen los
tobillos como culebras en árbol. Lluvia que no te deja helado… si no te paras…
pero que no duda en recordarte si lo haces que, aunque no los veas, cerca hay
glaciares.
Resbalas mil veces de cada
mil y un pasos, y si no levantas mucho los pies para apoyarte mejor… chocas con
los dedos contra piedras que no ves y los dedos se quejan… alguna uña te grita
y se despide…
No quiero seguir. No reniego
de donde me he metido, la noche es igual en todos lados.
Sé que estoy en un lugar tremendamente
hermoso, tanto que no puedo explicarlo sin sentir la impotencia de quedarme
corto.
Pero hoy no quiero seguir.
No puedo bajar esta montaña. No sé cómo hacerlo. Entiendo que mi torpeza no es
una falta imposible de solucionar… porque veo como otros lo hacen y se alejan,
pero yo no, ni ahora, ni aquí, ni con
esta fatiga.
Si llego abajo buscaré donde
me recojan y dejaré el camino inacabado sin ningún problema. Solo me faltarán
16 o 18 kilómetros,
pero no me veo capaz de hablar con el quinto y último gigante y su bajada.
Tengo la sensación de que
cada uno de ellos me ha ido avisando que el siguiente sería aún peor, más duro
y más intransigente conmigo y mis intenciones.
Esto ya no es deporte. Se
convierte en la ceguera de un cegato real, de quien lucha con algún demonio
interior que no le da tregua. Y me debato entre esa idea y la de que mi hija ha
nacido para mandar al sótano del infierno a ese demonio y los que tengan que
llegar.
Mojado hasta la médula, con
frío, con el dolor que todos los demás llevarán y sabiendo que esto es así y
que puede ser aún peor, entiendo que mi carrera terminó hace horas.
En la última carpa del
último pueblo antes de Chamonix, busco antes de nada la sopa de fideos
caliente… y que la idea de un cuenco con sopa me pueda motivar tanto durante
tanto tiempo… no tranquiliza.
Luces.
Y entonces vuelve a aparecer
Inma y reconozco que eso fue más emocionante aún que la propia llegada a meta.
No es ya que no la esperara, es que sentía como si las horas se hubiesen
convertido en meses desde la última vez.
Por segunda vez, me puse
ropa seca arriba. Cambié los calcetines y preferí no mirar mucho a esos pies, a
la piel blanca, arrugada y helada de debajo ni a la morada, sucia y “ampollada”
de arriba… y todo entre lastimeros quejidos y preguntas… Inma, no sé qué hacer…
tengo fuerza para llegar pero el miedo a la última bajada es mayor que las
fuerzas. No veo. No sé por donde piso. No veo…
Cada carpa me retiene un
cuarto de hora y esta además, no me quiere dejar salir… ni yo quiero que lo
haga.
Inma no me anima a que siga.
Hace lo que siempre ha hecho y me mantiene en pie. Me da cordura.
Cree saber lo justo del
deporte y sin embargo, sabe mucho más que yo. Llegados a este punto, ni pienso
ni sé… y ella me hace pensar y encontrar la forma de tener un mínimo de
sensatez.
Sigue y sube. No bajes si no
lo tienes claro. Que te recojan o llega cuando tengas que llegar. Yo te espero
allí, en la meta, a la hora que sea.
Ha dejado de llover un poco.
Salgo fuera y respiro hondo como si fuese a tirarme en caída libre la primera
vez…
Fuera, ella me da
tranquilidad y no es casualidad, que una de las personas que me animó a subir
montañas esté allí también. Alberto.
Plazas está esperando el
paso de Bárbara que está haciendo una tremenda prueba.
Cuando la mente afloja, cada
palabra de ánimo se la guarda uno en la mano y aprieta el puño con todas sus
fuerzas para que no se escape. Las de Inma y de Alberto… las justas y
necesarias para llegar.
Último gigante. Últimas horas.
Vuelve a llover y nos dejan la
gracia del gigante de los vientos para el final. La Tête de Vents. Otros dos
mil metros. Pasos de buzo con escafandra y botas de plomo… y niebla… niebla
espesa como la nata.
Sigue chispeando y miras al suelo buscando la ruta porque
la cinta está frente a ti, y la niebla no te deja verla. Las piedras sucias son
el camino.
Tengo hambre… si no como
acabaré parando. Si paro acabaré helado. Si no paro y no como, no acabaré ni en
pie siquiera.
Dos pasos, un bocado. Dos
pasos más, un trago…
Última bajada. Está todo
mojado pero no llueve. No hay niebla. Me siguen pasando… como llevan haciendo
desde hace ocho horas. No quiero ni describir cómo van esos a los que paso yo…
Chamonix a las dos y doce
minutos de la mañana…17 horas y 12 minutos después.
Creí que sentiría alivio al
cruzar la meta, alegría y que incluso alguna lágrima aprisionada saldría por
fin a tomar el aire, pero no fue así… porque todo eso ya lo había hecho apenas unos minutos antes,
nada más terminar la última bajada, la oscuridad y las largas charlas con
gigantes que no me dejaron decir nada durante diecisiete horas…
Aunque yo, en voz baja, casi
susurrando, no cayé…
No me voy a vengar, porque
no me habéis hecho nada.
No quiero revancha de una derrota que no ha existido,
porque no vine a pelearme con vosotros.
No voy a ser tan iluso como para
gritaros, gigantes... ahora que estoy lejos y entre montes. Con hablaros cara a
cara algún día y que me escuchéis me conformo… será buena señal. La de que he
aprendido algo, he sabido entenderos un poco y me dejaréis ver donde poner los
pies, cuando la noche os cubra y desaparezcan los caminos.
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