Universo Lanzarote. Islas Canarias. Mayo 2008.
El reconocimiento que la prueba te hace si eres bueno, a modo de trofeo, te lo entregan en el Monumento al Campesino, allí recibió mi hermana Dori el de 2ª clasificada en Age-Group 18-24, 2ª de dos de las tres que compitieron en ese grupo, el más joven de las chicas.
Más tarde, en el Club La Santa, otro reconocimiento, éste con menor glamour, pero no menos emotivo, en fin, al menos para mí, fue recibir la medalla de cinco o más años finisher en Lanzarote. No éramos muchos, y me gustó saber que tanta ilusión me hacía a mí como a un tal Juhanson, vencedor en dos ocasiones de la prueba.
Por dureza, la madre de las batallas se llama Embrunman, sin embargo, para mí, el Ironman de Lanzarote es y será la batalla más importante por muchos motivos, primero porque me vio nacer como ironman y casi como triatleta (había debutado un mes antes en mi primer triatlón, un medio), segundo porque si no todas, la mayoría de las miles de sensaciones que nunca imaginé que podría encontrar, las he descubierto en estos cinco años de guerra cada mes de mayo en la isla de los volcanes.
Creo que he vivido el más caluroso, el de más viento, el de menos, incluso me llovió en 2007. Deportivamente hablando, nunca se me ha dado bien, a pesar de mejorar la marca casi cada año.
La rebaja de tiempo ha sido de 12 h 18’ en 2004 hasta las 10 h 38’ de éste 2008.
Una progresión que en 2005, una lesión durante el sector de ciclismo, echó todo a tomar por saco, ese año lo “aparto” por muchos motivos, como dije una vez, en 2005, no hice un ironman en Lanzarote, hice otra cosa, tanto física como mentalmente, el dolor fue demasiado intenso para que un “simple” ironman tuviera la culpa, el dolor de aquel año, aún hoy se deja notar.
De todas formas, cuando veo ésta foto, siempre pienso que ningún año es igual, el calor es mucho, pero es otro, el viento es mucho, pero también es otro, los adversarios-compañeros son muchos, cada año, son esos y otros, lo único que no cambia es el sufrimiento y el gozo de sentirlo.
Nos despedimos en boxes, y hasta la maratón ya no supe de ella.
Para mí, la pelea de éste año no tuvo momentos demasiado diferentes a otros años, éste año lo simplifiqué todo tanto, que sólo tuve que dedicarme a tirar y tirar para adelante con todas mis fuerzas. Dejé el pulsómetro en casa, también el cuentakilómetros, incluso nos dejamos la comida, todos los geles y barritas que habíamos comprado para los dos, luego, en La Santa, tocó comprar todo de nuevo, eso si, a precios “algo” distintos…
Problemas de estómago que otros años me habían respetado, éste año aparecieron tras la primera media maratón, y vi, que acercarme a plazas de Hawaii se estaba poniendo muy difícil, luego, al ver los tiempos del resto, comprobé, que sin problemas de estómago… para qué nos vamos a engañar, tampoco me habría acercado.
Me tocó entrar en una cabina, me toco parar, me toco caminar, me tocó pasar el mal rato que siempre tienes en todas las pruebas, pero, esta vez si, gracias a todas las batallas ganadas y perdidas que mi cuerpo soporta ya, reinicié la carrera y terminé con los mejores últimos quince kilómetros que he hecho nunca en un ironman.
Tras cruzar meta, tras terminar mi lucha, tras soltar la lágrima floja que nunca puedo remediar, ni quiero, tocaba seguir peleando, peleando junto a mi hermana, esperando en meta a que terminara cada una de las vueltas que le quedaban, oscurecía y cada vez que la veía pasar, recordaba y sentía como si fuese yo mismo, mi primer ironman, allí mismo, lo recordaba con tanta claridad, que al verla casi podía sentir su dolor de rodillas, de tobillos, de estómago, de alma castigada, alma a la que obligas a seguir cuando ni ella ni el cuerpo quieren ya.
Recuerdo perfectamente los últimos 40’ de espera, me dejaron entrar a zona de meta a esperar como muchos otros familiares y amigos, descubrí por unos momentos el ironman verdadero, el que nunca vemos los que competimos, el que emociona, el que te hace llorar y te hace amar éste deporte.
Cada nuevo finisher que al segundo de entrar y recibir su medalla, se abrazaba a su ser querido, a la persona que ha sufrido con él o ella, esas horas, esos últimos días, esos meses de espera, ese año o años de ilusión, y ves como todo culmina en un momento donde lloras echando fuera todos tus miedos y dudas, toda la angustia y la incertidumbre que durante meses y meses has acumulado, a veces por culpa de preguntarte demasiado si todo aquello valía la pena, si estabas loco o qué, si entenderían los demás lo que hacías…cuando lo logras y levantas los brazos, todas esas preguntas se responden por sí solas, a que sí Dori?, todo aquello valía la pena y mucho más, ni mucho menos estás loco y si lo estás, bendita locura que te lleva a hacer cosas que hacen sentir vivo, y no, normalmente los demás no lo entienden, por que no pueden llegar ni a imaginárselo si no se acercan al menos, o porque no quieren, sea como sea, lo que sientes, lo que ganas, lo que respiras ese día, lo que tu alma cambia al cruzar esa línea de llegada, es algo que ya siempre llevarás dentro.
continuará....