Todo un arte, desde luego.
Entretejer hilos que vienen de bolillos o bobinas de hilo.
Hacerlo con maestría, con orden, con sentido, buscando un fin último, un dibujo agradable a la vista, un dibujo normal, o un dibujo abstracto, pero bello a fin de cuentas.
Soy persona, hombre, marido, algún dia padre, hijo, hermano, amigo y soy triatleta, y además, experto en montaje de puzzles.
Vivir, y hacerlo donde nos toca. Trabajar y hacerlo cómo nos toca.
Vivir y ser parte de una familia cercana, tu casa; y otra familia necesaria, tus amigos.
Vivir y buscar tiempo para anhelar, para querer, para soñar.
Pensar con libertad y en silencio, la libertad que te gustaría tener, y buscarla con todo el sigilo del mundo, porque la quieres para ti, porque es tu manera de soñar e intentar ser feliz.
Buscarla con sigilo. Para no molestar… a tu familia más cercana y a la otra necesaria. Para vivir en paz y tener de todo un poco. Lo quieres todo.
De todo un poco, son muchas bobinas de hilo, muchos bolillos.
El triatleta multiplica su deporte por tres, a veces hasta por más.
Sacar tiempo para entrenar su cuerpo y sobre todo su interior, y buscando, si puede ser, en silencio y la libertad que le gustaría tener.
Semejante empresa se puede convertir en una tarea digna de expertos en puzzles de mil o más piezas.
No ha salido el sol y ya le roba una hora a la noche que aún dura, para comer algo y despertar al cuerpo con las primeras luces, aunque sean las de los focos de la piscina.
Come a medio día, como si no comiera, para que no se le note. Cuando llega la hora de todos alrededor de la mesa, y se marcha en bici o se pone las zapatillas el rato que puede, mientras miradas criticonas lo ven pasar… aún así, es la mejor hora, la gente come y el triatleta, “triatletea”.
Cuando toca trabajar de nuevo, si es de jornada partida al final, da igual el trabajo… las piernas duelen, el cuerpo está con la aguja casi tocando reserva y le toca aguantar el tirón.
Quien no puede con ese orden, se busca el rato de la noche, y le roba otra hora, o dos, corriendo por las calles o pedaleando en la habitación más pequeña del pequeño piso, subido a la bici y ésta, al rodillo torturador;
se cree así el triatleta algo menos egoísta, porque entrena pero sigue en casa, cerca de los suyos… y qué más da, si está en su mundo… lejos, muy lejos de esa habitación pequeña del pequeño piso. Tan lejos como tiempo falte para la próxima competición.
Y todo esto lo hace antes de la cena, para llegar y ver algo de tele, hablar con su pareja y si acaso, jugar un poco con los críos, y acostarse lo más pronto posible… casi siempre un imposible…; y se acuesta y cierra pronto los ojos, para hacer de nuevo lo que hizo ayer…. dormirse pensando con libertad y en silencio, la libertad que le gustaría tener mañana, y buscarla con todo el sigilo del mundo, encajando los hilos de los bolillos de sus cosas.
Todo un arte, desde luego.