martes, 15 de noviembre de 2016

TRECE LUNAS.


Cómo alguno que otro sabe ya, me gusta "un poco" esto del deporte.

También alguno que me conoce sabe que no he dejado de practicarlo nunca. Ni siquiera hace 21 años cuando una mala caída en bici me obligó a volver a aprender o más bien a aprender del todo cosas básicas como caminar, abrir botellas, no esperar ni desear que nadie llore por tí más de tres días seguidos si te vas hoy, y cosas por el estilo...

Trece lunas serían unos trece meses. Un año y un mes. Cuatrocientos días. Nueve mil seiscientas horas.
Todo ese tiempo sin poder correr.
Dejé de entrenar tres meses por necesidad y obligación y sin pretenderlo, conseguí debilitar mi cuerpo. Me rompí la rodilla por el menisco y aún pasando por quirófano en junio y dejando la zona perfecta para volver, la aparición de fibrosis y tendinitis en la zona hacen que este proceso siga siendo "entretenido".

La caída y posterior rotura de mi rodilla derecha no fueron más que el resultado de no hacer deporte.
Curioso, ¿verdad?
Tantos años machacando y según dicen, sin tener cuidado por hacer pruebas de ultradistancia y resulta que me rompo por no hacer deporte.

MEJOR DESGASTADO QUE OXIDADO.

Así que, "amigos" de codo en barra, que de tan buena fe ponéis esa cara de "te lo dije... o "era de esperar", sirva de zasca deciros que es todo lo contrario.
Que mañana me iré súbitamente o atropellado por un coche, pero hoy sigo sano gracias al deporte, a hacer deporte, independientemente de lo que entendáis por salud o burrada, por más que hice, nunca fue más peligroso que no hacer nada.

Y como alguno que otro que me conoce estará pensando, volver o no, es una cuestión más de entendimiento que de práctica.
- No tienes que volver si nunca te has ido.
- No estás acabado si sabes que nunca has estado ni a medio hacer.

Por eso, si pienso en trece lunas y ya me veo caminando sin dolor, diré que han sido pocas y que aún teniendo que esperar trece más, correr de nuevo no será algo posible, será algo inevitable.


domingo, 6 de diciembre de 2015

Cuando seas padre.

Suele suceder


Suele suceder, que aquello que me apasiona lo sigo hasta la extenuación y lo exprimo hasta dejarlo seco como la tierra que me rodea. Lo sigo tanto que, a veces, aquello que me apasiona llega a pesar, a aplastarme y a no dejarme ni pizca de aire. Y entonces me aparto. Dejo que pase el tren rápido y espero al mío, al que cogí una vez. Al lento. Al que me deja ver el camino y todo lo que le rodea.


Nunca estuve tan "quieto" como ahora, si exceptuamos aquellos meses del 95 cuando tuve que aprender de nuevo a caminar, a abrir una botella, a resistir más de dos minutos dentro de un lugar cerrado. Todo tiene su razón de ser y por una vez, esta razón es buena.


Quiero ser maestro. A mis 45, sí. Y ya en el primer encuentro con los estudios, después de tantos y tantos años, me doy cuenta que quiero ser maestro sabiendo que lo mejor de serlo, será no saber nunca de todo y tener la mente abierta para aprenderlo.


Barrigas que hablan.
No me gustan los trenes rápidos y no me gusta ir junto a gente a la que le gustan los trenes rápidos. Puedo estar un rato. Respetar y escuchar atento, pero no subirme con ellos.


Más de una barriga de esas que no se ven los pies por dejadez, hablaba en nombre de su dueño hace tiempo y me decía aquello de: "cuando seas padre, verás como se te acaban las correntillas..." refiriéndose a mis entrenamientos, mis carreras y demás locuras varias.
Y yo, sin ganas de preguntar cuando se les terminaron a ellos, y mucho menos, de saber porqué culpaban indirectamente a sus criaturas de aquellas prominencias abdominales, creadas con esfuerzo, tesón y litros de rubia fresca, les contesté una y otra vez lo mismo:


Ojalá tengas razón. Y ojalá no te equivoques en los dos asuntos que me dices:
1. cuando sea padre
2. y que dejaré todo por serlo.


Y mira por donde... resulta que no es así.
Y mira por donde, resulta que no. Que no hay que dejarlo todo y no por ello, me crece el mundo alrededor del ombligo.


Culpar de no poder, de no tener, de no saber, de no hacer... a un hijo, es quizás, la forma más egoísta, cobarde y penosa, de admitir que todo te queda grande. Lo que haces, lo que anhelas y lo que has traído al mundo.


Yo culpo a mi hija de cambiarme la vida. De querer vivir más tiempo y no hacerlo para tener más o llegar más lejos, sino para verla crecer. No puede haber nada más sencillo y grande a la vez en esta vida.
La culpo de apartarme de la mirada de los demás, que siguen mirando y no los veo.
La culpo de olvidarme de lo que duele el dolor, si no es ella quien lo sufre.
La culpo de vivir al ritmo de su media lengua y de cada cosa que descubre cualquier día.
La culpo de llegar como yo siempre quise que llegara, y siempre fue mucho mucho tiempo y llegó, como un vendaval de aire puro, como una tormenta de vida, como un grito que te detiene cuando ya no sabes hacia donde vas y te dice que ya, ya has llegado, ya no tienes que seguir buscando, porque la vida es esto. Por fin lo entiendes.
Mi hija, Inma.

jueves, 1 de octubre de 2015

QUIERO SER COMO BRAD PITT

Después de 30 y tantos años entrenando y compitiendo, reconozco que la relación entre: Hoy: "busco mi sueño y mis sesiones son inhumanas porque anhelo llegar al máximo de mis posibilidades" y mañana "voy a disfrutar (no esperéis mucho del resultado) y me lo tomaré como un entrenamiento más"... no termino de entenderla.
Será que nunca se me dieron bien las matemáticas.
(aunque a lo de 1-1=0, sí que llego).
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No sé si empiezo con el final, pero el resumen es bien corto.

Motivarse es encontrar algo que te anime a seguir, pero nunca, jamás ha sido algo que te mienta y te diga que eres quien no eres o que siendo hoy Pinocho, mañana vas a ser Brad Pitt, porque lo normal es que como mucho, te parezcas a Santiago Segura.

Motivarse es plantar los pies en el suelo y saber que sólo motivándote no vas a ninguna parte. Porque... aparte de ponerte tu música favorita en el IPod, tienes que calzarte las zapatillas y salir a entrenar cada día. Cada día. Cada día.

Motívate pensando en el trabajo que tienes mañana, y mañana en el trabajo que tienes pasado y deja allí, al fondo del todo, el punto de luz que supone tu objetivo, llámale sueño o como quieras, pero mientras llega o no, es simplemente una guía.

Debería motivarte mucho más el camino, mucho más lo que eres capaz de hacer cuando nadie te ve y sabiendo o creyendo que nadie va a saber de ese dolor de piernas, de ese gusto a sangre en la garganta o esas rozaduras en los dedos.

Debería motivarte mucho más luchar contra todo eso y aprender al mismo tiempo, y casi siempre hacerlo en silencio.

Lo que te acerca a Brad Pitt es hacer camino de aquí a Los Angeles o donde diablos viva y no un poster del tipo en tu pared.
Mientras, tanto tú como yo, estamos mucho más cerca de parecernos a Santiago Segura.

¿Resumen corto?... como si no me conocieras...

viernes, 11 de septiembre de 2015

OS INVITO A UN HELADO... DE AQUÍ, POR SUPUESTO.



En el Tour del 54, Bahamontes se escapó subiendo un puerto y era tan bueno que "esperó" a sus adversarios en la cima comiéndose un helado...


Mira tú por donde, las cosas de la memoria tienen una forma rara de funcionar.
Mi hija dice que le gusta el helado de "chocotate" y que a papá le gusta el de "vanilla".
Y ahí estoy yo, todo el verano comiendo helados de "vanilla" para no hacer la contraria a mi hija.
Recordando pues, el tema del helado, caí en que alguna vez leí o escuché que el helado que Bahamontes comió en aquel puerto, era de vainilla.
Las cosas de la memoria, que no vienen ni a cuento, pero tienen su gracia.


Bahamontes fue un magnífico ciclista en su época, un extraordinario escalador y además, el primer español en ganar un Tour, cinco años después de comerse el helado "esperando a sus rivales"...
Las comillas no se las pongo a Federico, se las pongo a la prensa nacional, que entonces funcionaba así y a día de hoy, me da la impresión que poco a cambiado.

 El "Aguila de Toledo" subió con varios radios rotos aquel puerto. Escaparse no era un capricho, era necesidad pura y dura de llegar con tiempo, para dárselo al coche que le asistiera. Podía subir, pero no bajar en esas condiciones.
Y mientras esperaba, se comió un helado el tío. Ahí, saltándose a la torera todas las "leyes" sobre nutrición deportiva y posibles intolerancias a la lactosa... ¡qué horror! y ¡qué poco respeto a la prueba!...
Posiblemente, aquel helado fue de lo más sano que Bahamontes comió aquellos días y desde luego, bastante más sano que los que comemos actualmente.


Comerse un helado en pleno Tour, puede no parecer muy ortodoxo, pero hablamos de mitad de siglo... cuarenta años antes de las barritas, los geles y las bebidas isotónicas.
Los gregarios a menudo, "atracaban" bares en busca de líquido para ellos y sus líderes y en la estampida, a veces se daban cuenta que no era agua sino algo más "reponedor" como algún licor o similar (sin alcohol, por supuesto...).
Aquí se vendió aquel episodio, a falta de televisión y redes sociales, como les dió la real gana. Vendiendo ya la marca España, la roja y todo eso.
Hasta yo, siendo ya bastante mayorcito, de juvenil, seguía creyendo el día que conocí personalmente a Bahamontes, que fue tan bueno que se cachondeaba de los extranjeros en su propia casa, parando a comer helados.


Menos mal que no fue así. Me parecería de una soberbia tremenda y de una forma bastante tonta de demostrar que nunca nos hemos creído inferiores a otros. Algo bastante difícil de creer, cuando seguimos con esa manía de hacer épico todo lo que el español hace y normalito, cuando no de dudosa consecución todo lo que hace el resto.
Mola más seguir pensando que Marquez puede tomar las curvas por donde le apetece, pero no que lo haga Rossi o que F. Alonso no pilote sino que haga magia mientras Hamilton solo conduce el mejor coche en pista.


1954... 2015. Hay cosas que no cambian. Helados que no se derriten.