La del camino es
la historia de unos pies. Unos pies que no quieren parar y a los que no les
importa si la tierra que pisan es del norte o del sur, si siguen pisándola mientras tengan vida.
Son mis pies, los suyos, los tuyos.
No sé porqué fui.
No fue algo que me planteara. Posiblemente, era algo que, sencillamente, tenía
que hacer.
Dormir en el suelo
andaluz justo dos dias después de hacer uno de los triatlones más duros y
bellos que recuerdo, puede parecer algo incomprensible y hasta una sinrazón. Yo
creo que no.
La del Rocío, me
cuesta explicarla mucho más, porque tengo que viajar muy adentro y solo las
manos que me sujetan pueden entender lo que mis ojos ven. Las manos de mi
mujer.
Mis ojos
acostumbran a creer lo que ven y poco más. Y vieron personas de todas las
edades, de todos los niveles sociales, caminar, tragar polvo durante horas y
horas, acampar, levantarse antes que el sol y volver a caminar.
Vieron a muchos
llorar y emocionarse por quién sabe qué alegría interior o qué dolor.
A mis ojos les
sucedió lo mismo en más de una ocasión y por esas mismas dos razones.
Durante días
caminas acompañado, en unión y hermanado, y al mismo tiempo, en la más completa
soledad.
No solo hablas con esa persona que llevas dentro y a quien hace tiempo
no le prestabas demasiada atención, sino que recuerdas a tus seres queridos,
estén o no estén ya contigo.
Noté como cada paso
sobre la arena me acercaba aún más a la convicción, a la fe, a la devoción que
siento hacia mi mujer, hacia mis amigos y hacia las personas que son capaces de
llorar con el corazón.
Eso es el Rocío. O
al menos, mis ojos así lo vieron.
2 comentarios:
pa to vales rociero...
Vaya versatilidad la tuya Ramón, cada día sorprendes más. Para bien, por supuesto. Saludos.
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