viernes, 27 de diciembre de 2013

El Trail de Chiva... o la prueba de una mente dispersa.

"Llevo casi cinco horas en medio de las montañas, corriendo cada metro de tierra y piedras que me lo permite, caminando, a veces casi escalando y otras dejándome caer con toda la torpeza imaginable por sendas que me llevan desde cimas hasta barrancos, llenas de piedras sueltas, de rocas por las que paso y piso... casi pidiéndoles perdón por tocarles y dando gracias por no abrirme la crisma en alguna de ellas...
 
Llevo un dorsal y esas horas; y con ellas 40 kilómetros de subir caminando agarrándome a cuerdas, de sentir calambres en músculos que no creía tener y de reírme de mi estampa a cada metro... sí, reírme de mi tontuna mañanera a las 7 cuando dieron la salida, aún de noche, apenas a 5 grados, con un frontal que apenas me dejaba ver media espalda del que me precedía y pensando, mientras corría entre los diez primeros, que íbamos "despacio"...
 
Qué poco me río ahora... que apenas saco ganas para caminar a una marcha mínimamente decente.
 
Acabo de bajar por el cauce seco de un río. No había senda, solo cantos rodados del tamaño del casco de F. Alonso. Tras la última bajada, ese ha sido el peor de los peores malos ratos que llevo hoy, y ya van unos cuantos...

No veía el momento de llegar al avituallamiento y una vez allí... no quería ver el momento de emprender la marcha. Y ya estando, han sido cuatro o cinco los corredores que han parado, comido, bebido y partido... y yo sin querer ver el momento...
Me dedico a beber y repostar más líquido, pero apenas cojo nunca comida, ya que llené la despensa de mi mochila con las tres cosas indispensables que Keep Going me aporta para estas pruebas, Triforza, geles y barritas.


 
He dejado ese avituallamiento y ya estoy en la senda, casi cinco horas ya y 40 kms hechos... me lo repito demasiadas veces... llevo casi una maratón y me queda media.
La senda se empina a cada paso y cada paso es más lento que el anterior. Me apoyo en los muslos para ayudarles a subir una montaña de la que, por más que alzo la vista, no veo el final.
Las Skechers se agarran al terreno como lo haría una anciana a su bolso viendo acercarse a un tatuado con gorra de medio lao... imposible separarlos.

Estoy dando alcance, a cámara lenta, a otro corredor. Hace un par de horas que no sé en qué posición voy, si diez arriba o dos abajo. 
En una zona revirada y con tramos escalonados, ya puedo oírle los pasos y antes de suponer que él también oye los míos, lo que oigo son palabras.
Está hablando. Por momentos y entre los arbustos no le veo, pero habla.
 
Imagino que lleva otro cerca o que conversa por el móvil, o que... simplemente las neuronas le han llegado a meta antes de tiempo.... pero no... me acerco un poco más a él, y descubro que... es conmigo con quien habla.
 
Dice como que: "cuando no se puede, es que no se puede...." o "es que no paro de competir..." o "vaya encerrona de carrera, no me habían dicho que era tan dura..."... "putos calambres... ni sales ni ostias"... y yo, a todo esto, mirando para atrás y hacia los lados y sin decir ni media palabra.
 
Entonces pienso: "Madre mía, en todos sitios se cuecen habas... hay hueco para "mentes dispersas" en todos los deportes...".
 
Lo curioso, y quizás, el resumen más claro de lo aprendido en los 61 kilómetros de mi primera participación en un trail "real" de montaña, es que, al igual que el terreno cambia a cada metro que haces, cambia tu estado físico, de bien a mal, de mal a menos mal... y cambia el ánimo, tantas veces como veces piensas en lo que estás haciendo.
 
Por eso, igual que le daba caza a aquella "mente dispersa" que no paraba de hablar mientras subía por la senda de la montaña, a los pocos minutos le vi alejarse lentamente y dejarme más tirado que una colilla... aunque confieso que de haber podido acompañarle dos kilómetros más,  la experiencia habría sido de todo menos motivante y altamente perjudicial para mi, pobre ya, salud mental.
 
Entonces empecé a divagar y a pensar que subir no me supone ningún problema, sea corriendo, caminando o escalando, al fin y al cabo, es una cuestión de fortaleza... cuando pueda, subiré.. y cuando no, me moveré como un koala por las ramas de un eucalipto.
 
Sin embargo, bajar y hacerlo rápido es difícil, duro, estresante y para alguien sin apenas técnica como yo es incómodo y hasta peligroso. Los gemelos aguantan bien, las R2 de Compressport no me deben faltar en próximas aventuras. Tampoco los manguitos ligeros que me cubren los brazos.
La sangre debe fluir y no quedarse ni ralentizar la marcha, para eso es la compresión, para ayudar a que el retorno se haga correctamente. A ver si inventan ya el gorro de compresión para que ese retorno se produzca también en la perola...
 
Durante 45 kilómetros he estado perdido, en una ruta marcada, con un dorsal y con avituallamientos... pero perdido. En una disciplina que, por supuesto "no inventé" de crío cuando corría tras las cuatro ovejas que me daban esquinazo a las primeras de cambio... Este es otro deporte, con ritmos distintos y con distinta gestión al ciclismo o al triatlón de larga distancia.
 
Pensar todo eso y tanto, me sitúa en el lugar donde se cuecen las habas... también yo soy una "mente dispersa", pues.
 
Mi suerte se llama Alberto, y me apena que sea porque esa suerte no estaba hoy con él. Ha tenido problemas cuando iba entre los primeros y ha estado caminando durante mucho tiempo antes de alcanzarle.
Decide que me acompaña y decido que le voy a seguir, sabiendo que su caja de cambios tiene más marchas que la mía... la mía ya solo tiene una, la del autómata, la del sonámbulo, la del conejo de Duracell que dura y dura, mientras la pila dura...
 
Pero a esa marcha que tengo, la he menospreciado durante horas y tiene algo más de lo que pensaba (un buen acierto el susodicho menosprecio).
 
Alberto se ha ido recuperando y parece acelerar conforme pasan los kilómetros, me hace seguirle casi dos horas a un ritmo mucho más alto y controlado del que llevé solo desde la madrugada, para completar más de 7 horas de prueba.

Algo más atrás (no mucho), viene Bárbara que finalmente, termina tercera de todas las mujeres. Pocas rocas habría hoy en el monte más duras que ella. 

25º y 26º
Finalmente y para mí, terminar así, corriendo, con cierta suficiencia y sufriendo, aunque no penando, lo cambia todo.
Y esto lo refleja una corta conversación que tuve momentos después de terminar:
"No me deja mal sabor de boca..." le decía después a un amigo por teléfono.
"No me deja asqueado tras semejante paliza..." le comentaba.
"No me duelen absolutamente nada de nada las piernas y la verdad... no sé si eso es bueno o es malo..." le dije finalmente,....
 
Y supongo que tras colgar, mi amigo ya sabía la respuesta a esa pregunta, la única respuesta. "..no me duelen las piernas... dice este..." Eso no es ni bueno ni malo, eso es sencillamente, mentira.
 

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