Que vayas por donde vayas te encuentres cuestas, es algo que
no te dijeron al nacer para no desmoralizarte demasiado pronto.
Que unas las subirás sin demasiados problemas ni esfuerzo, y
otras sin embargo, se cobrarán tu empeño con sudor y hasta te dejarán alguna
que otra cicatriz perpetua es lo natural. Así es esto de vivir, y por eso tiene
sentido.
Que no basta con llegar hasta el metro donde la carretera se
empina y pararse para gritar y quejarse de lo mala que es la subida, lo ingrato
que va a ser el esfuerzo y la mala ostia que te da tener que hacerlo, todo
eso... desde luego, desde que naciste deberías saberlo.
Tanto como que igual no basta con intentarlo, ni con dar
pedales y esforzarse, y mucho menos con llorar, quejarte o criticar lo que no
te gusta del camino.
Es posible que tengas que ir más despacio que otras veces
y arriesgarte; es probable que tengas que hacerlo en silencio para que valga
la pena, y moverte haga más ruido que un grito; es seguro que tendrás que ponerte
a ello mientras otros, que no llegaron ni al pie de la colina, miren cómo te
hundes rápidamente mientras apenas subes, y otros tantos sigan abajo gritando,
llorando y criticando lo malo del trayecto, la mala leche de quien puso ahí esa
subida y hasta de los colores de cuatro telas que ondean en sus cunetas.
Es posible incluso, que tengas que ponerte de pie sobre los
pedales, sin saber que lo ingrato de esta cuesta, no va a ser que tras vencerle
te espere otra más dura aún... lo ingrato será, en todo caso, no dejarte pasar
del primer metro donde la carretera se empina.
Da gracias, de encontrarte cuestas allá por donde vayas; da
gracias de poder y tener que subirlas; da gracias de no ser uno de los que se
quedaron abajo haciendo ruido por todo… y apenas moviendo un
dedo por nada; da gracias, aunque darlas no sea algo que te dijeran al nacer.
Da gracias de una vez y de una vez también, guarda silencio,
aprieta los dientes y ponte de pie.
1 comentario:
Amén.
Y gracias por escribir cosas así.
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