lunes, 6 de febrero de 2012

La niña de las flores.

Mi bonita, mi niña.

Hace tiempo que te debo una, o más bien varias, y tengo la corazonada de que te seguiré debiendo alguna que otra más.

Por eso, ya va siendo hora de que te dedique una humilde entrada.

Ya saben muchos que te hablo antes de salir en cada carrera, y saben también, las cosas que te digo.
Primero que no me tires en cualquier curva, ni te dé por volar en barranco alguno, y luego ya, si eso, que me lleves rápido allá donde te pida.

Llevas mucho tiempo siendo buena conmigo y ya tengo claro, que si algo no funciona mañana, seré yo y mis fuerzas las culpables y no tu buen hacer.

Ayer te vi con ganas, más incluso que las que yo tenía. A veces quería relajarme tras pasar una curva o una rotonda y tú te empeñabas en seguir tirando para adelante. Si yo me apunto el caramelo del veterano primero, para ti es el parcial de ciclismo, qué menos que ese pequeño dulce.


Me cuesta mucho convencerte casi todos los días, que ése martirio, al que te someto atada a semejante "soga" de rodillo por nombre, es necesario cuando el tiempo escasea, o está lleno de nubes y agua, o es tiempo de frío que enferma o simplemente no puedo acompañarte a entrenar fuera si mi salud no es buena.

Ya sé que no es tu lugar natural, que te gusta la carretera, a mí también.
Pero mira, todavía competimos de vez en vez, y nos debemos al entrenamiento, no hay más misión que esa, gastar yo mis fuerzas y tú tus cubiertas... a veces incluso, cuando hace bueno fuera.

Créeme si te digo, que a mí también me cuesta.

A cambio de tu buena compañía, te trato lo mejor que puedo. Te doy toda la forma que necesito para que tus medidas y las mías, sean una sola.

Y te engalano con flores rojas de un lugar hermoso y lejano (incluso te llevo conmigo para que lo veas).

Mi bonita, mi niña.