viernes, 11 de abril de 2014

Vuelta a Espuña. La voluntad que movió una montaña.


Recogidas ya algunas fotos, pego en el blog el texto editado en facebook (esta vez a la inversa). 

Aprovecho para no decir nada más y decirlo todo de una. No daré nunca explicaciones de por qué hago o dejo de hacer cosas. De por qué me presento aquí o allí. De por qué la motivación, las ganas y la necesidad de sentir que sirvo para algo mínimamente útil no las gasto solo en competiciones, en resultados, en camisetas de finisher o en trofeos de chapa sobre el mueble. 
No voy a decir nada y lo diré todo de una. Hago lo que cualquiera puede hacer, si siente que puede o quiere hacerlo. Y sobre todo, hago si me dejan hacer y estoy si me dejan estar. 

Si entendiera esto solamente como -colaborar-, antes o después dejaría de hacerlo. Porque supone tan poco y tan poca cosa que cada día querría más y más, y me daria de frente en dos días con mi incapacidad.

Aunque le llame así a veces, yo no colaboro, sencillamente participo. 
Y en participar, en la sencillez de un acto de presencia, está lo realmente importante.
La discapacidad no es un problema en sí mismo. El problema es el mundo discapacitado en el que vivimos. El inadaptado y el ciego. El que no mira por aquellos a quienes les cuesta un poco más hacer, lo que nosotros hacemos sin excesivos problemas. El mundo se crea para los "supuestamente" perfectos y ahí radica la mayor de las imperfecciones, en la ceguera.

Una persona con una discapacidad no es alguien diferente. No es alguien a quien mostrar lástima ni pena. Con eso no se suben escalones ni se llega a las montañas. Es alguien que tiene el mismo derecho de, por ejemplo, subir a una acera por una rampa sin escalón alguno, que yo de no encontrarme dos escalones de metro y medio de altura. Lo mismo cuesta adaptarlos para mí que para él.

La mayoría de los "imposibles" que alguien con una discapacidad tiene, los creamos nosotros mismos.

--------------------------------
Texto.

Hace mucho tiempo ya, que tengo claro para qué han servido tantos años metido en el deporte, tanta dedicación al entrenamiento, a la búsqueda de eso que nos gusta llamar sueños.

Las carreras, los retos, los ironman y todo lo que hice o intenté hacer, no fueron más que parte de un camino que me ha llevado a lo máximo que puedo conseguir como deportista y como persona. Sabiendo que ambos aspectos, en mi caso son uno solo.

La voluntad mueve montañas. Nosotros la movimos.

Y el pasado sábado, durante 11h sin descanso por Sierra Espuña, llegué a ese máximo del que hablo.
Gracias al deporte me llegó el regalo de ser uno más en un grupo de gente que apenas ví correr o caminar más con las piernas que con el corazón.
Mi regalo fue acompañarles. Que contaran conmigo. Que me creyeran mínimamente útil para estar al lado de Andrés, de su madre, de su padre y de todos ellos. 






 Mi hermana Dori. Nada que decir. Con verla ahí y así, sobran explicaciones.

Tuve la suerte de no buscar premios, de no querer estar por delante de nadie. De conocer personas increibles que empujaron y tiraron de la Joëlette, y utilizaron el deporte como a nadie de mil medallas o trofeos le he visto nunca hacer. 




Increible grupo. Increíbles personas.

Porque el sábado, conforme transcurrían los kilómetros, las horas, las sendas, las subidas y las bajadas, pasaba la niebla, el frío y peleábamos contra las rocas, los riscos y los cortados, pronto nos dimos cuenta de que, en realidad, era Andrés quien nos ayudaba, era él, y solo él y su sonrisa y su fuerza quien hacía aquello posible. Era Andrés quien tiraba y empujaba de una bici adaptada a la que todos nos agarrábamos porque, al fin y al cabo, ¿acaso no es eso lo que hacemos cada día? agarrarnos y tirar de la vida...

Fuí feliz. Rematada e increíblemente felíz.
Sentí por fin, que una vida de deporte, sirvió para algo verdadero.
Estar con ellos.
Lo siento gente... no tengo ni tendré nunca dinero para pagaros.

Gracias Maria Dolores Chumillas Martinez y gracias a tu Andrés, uno de los dos milagros que has traido a éste mundo.

Las medallas se oxidan y a los triunfos se los come el tiempo. Lo único que queda es el recuerdo y si tengo la desgracia de que éste también se vaya, y lo haga antes que yo, quedaréis vosotros para contarme lo de aquel 29 de marzo en Sierra Espuña.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encanta Ramón. Gracias por tu crónica, por transmitirlo tan bien y por ser como eres. :) algún día ahí estaré yo con vosotros, este tipo de "participaciones" si me gustan :) M.L.